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02.07.2017

EL PODER DE UNA BATA SANITARIA

Divagaciones Mias
EL PODER DE UNA BATA SANITARIA

Esta semana he estado en el Hospital, pasando las revisiones rutinarias de mi hija. Mientras aguardaba en la sala de espera a ser llamada, pacientemente sentada, observaba abducida la gran pantalla de plasma donde salen las iniciales del nombre y apellido, junto con el número identificativo de cada paciente. Pero… de pronto, algo llamó poderosamente mi atención. Sabéis que mi mente y mis cinco, seis o siete sentidos, pueden hacer varias cosas a la vez, de manera, que mientras un ojo lo tenía ocupado en la pantalla, el otro estaba pendiente de cualquier otro estímulo visual que ocurriese a mi alrededor. De la misma forma los diminutos pelillos de mis oídos se ponen a bailar cuando perciben alguna conversación digna de ser escuchada (como suelo decir siempre, yo no cotilleo, simplemente observo la realidad que hay en mi entorno).

Así pues mi ojo izquierdo reconoció una figura femenina con la que habíamos coincidido a la entrada del hospital. Y os preguntaréis que con el trasiego de gentes que hay por las mañanas en estos entornos, cómo pude reconocer a esa señora en concreto. Muy fácil, os lo explico: la identifiqué rápidamente porque entramos a la vez en el hall del hospital y mientras nosotras íbamos decididas a nuestro lugar de destino, ella dudaba hacia dónde dirigirse, de manera que mientras sus pies daban tres o cuatro pasos inseguros, su cuello se estiraba cual pollito queriendo salir del cascarón, buscando un lugar de referencia donde ubicarse. Sentí cierta empatía hacia ella, porque me recordaba nuestras primeras visitas a tan gran centro y no pude, cuanto menos, esbozar una sonrisa compasiva. Es más, hice el ademán de ir a indicarle el gran mostrador de información que está a ambos lados de dicho vestíbulo, pero como siempre, mi hija, reconduciendo mi actitud, con un pequeño tironcito de brazo y una inquisitiva mirada cargada de gran contenido no verbal, me dijo: “mamá, no es tonta, ya preguntará”. Desistí en mi intento de guiarla cual maestra guía a sus niños, o por lo menos, les enseña el camino a seguir. En esta ocasión no iba de maestra, iba de mamá de paciente y como tal, reconduje mis pasos.

Pero sin embargo, ahora, en la sala de espera, percibía algo que había cambiado. Sí, era ella, estaba segura, porque llevaba el mismo vestido, las mismas sandalias y el mismo bolso. Sí, sí, ya lo he dicho antes, soy observadora nata. No obstante, llevaba otro complemento que no la adornaba anteriormente: una bata blanca, abierta, por supuesto, porque así queda más airosa y chic cuando se va caminando, pero sin ninguna identificación de esas que se lleva colgada o pegada en el bolsillo superior izquierdo.

A pesar de haber avanzado en su recorrido parecía igual de despistada y mantenía el cuello erguido, pero sin embargo, se notaba que estaba alcanzando su meta. Se acercó al pequeño mostrador de la sala y vi cómo, a la vez que preguntaba a una de las auxiliares se tocaba la solapa de la bata y decía: “soy del sector…”. Rápidamente la auxiliar le indicó la dirección que debía tomar y la confundida y dubitativa señora adornada con bata sanitaria, se adentró por unos pasillos reservados únicamente para personal del “sector”. Eso sí, esta vez, con hombros hacia atrás y sacando pecho pollo.

Mis ojos recuperaron de nuevo el paralelismo visual correcto, pero esta vez, abiertos como platos, porque algo no acababan de encajar. ¿Estaba yo alucinando, mi cerebro se estaba atrofiando debido al intenso frío del aire acondicionado o lo que yo había percibido era un tráfico de influencias a partir de una sencilla y arrugada bata blanca sanitaria? Bueno, vete tú a saber si era de sanitaria, igual era de carnicera, cocinera o de peluquera, porque como digo, no llevaba identificación alguna…

Mi hija, que percibió mi asombro, esbozó una sonrisa algo socarrona, a la vez que asentía con la cabeza como confirmando lo que yo estaba pensando. Nos conocemos tanto, que nos comunicamos sin hablar… Sí, sí, es lo que parece -me dijo con la rotundidad que da la experiencia de haber trabajado en varios hospitales-. Te sorprendería saber la de gente que lleva la bata blanca en el bolso y cuando entra en un hospital se la pone y dice que es de la “casa”, aunque no trabaje en ese centro hospitalario en concreto. Parece ser que eso, les da un grado más y les ayuda a tener un pase especial para no esperar en la sala, cual pueblo llano, visionando en la pantalla todas las combinaciones posibles de letras y números habidas y por haber.

Cuando salí de mi estupor, hice mis habituales divagaciones: fíjate, a mí nunca se me ha ocurrido ir a un colegio, instituto o universidad ataviada con mi bata de maestra llena de mocos pegados y manchurrones de bocadillo de atún con aceitunas de mis alumnos, diciendo que soy del “sector”, para conseguir un trato preferente o privilegiado …

Como imagino que a ninguna carnicera de Mercadona se le ocurre ir con su bata a Consum o a Hipercor, diciendo que es del “sector” para obtener mejores productos o descuentos… ”

De verdad amigos, que como se dice ahora: “Yo, lo flipo” o “Te lo compro”.

Pues eso, que por una lado me quedé “flipando” y por otro me quedé pensando lo tonta que he sido durante todos estos años, por no haber “comprado” y utilizado los poderes de mi bata de maestra…

¡Hasta pronto!

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