Hola amigos:
Hablando con una persona, un día de esta semana, me comentaba: “…pero si tú lees entre líneas, verás que…”
La cara que me quedó, bien podría haber sido plasmada en una fotografía, porque me hubiera podido hacer de oro, al ser la inventora de una expresión que plasmara una nueva emoción, con su correspondiente denominación. Hubiera sido algo así como: “Shockeada”. Porque es como me quedé, en estado de shock; así es que ya lo sabéis, esa emoción y su correspondiente apelativo, me la adjudico como propia.
Al escribir esta divagación he intentado hacerme un selfi de esos que están tan de moda, para intentar plasmar tan novedosa emoción, pero me ha quedado una cara tan distorsionada, que no he creído conveniente ponerla como imagen del escrito, ya que hubiera corrido el riesgo de herir la sensibilidad del espectador. Y nada más lejos de mi intención.
¡Pero bueno!, para que os hagáis una idea de cómo quedó mi expresión, imaginaos una cara con una boca medio ladeada, con la lengua saliendo a tomar algo de aire fresco fuera de su morada, la mirada abandonando el paralelismo de los ojos, para confluir en el pico más alto de nuestra fisionomía, el ceño formando un plisado, digno de la mejor falda escocesa y las cejas, adoptando figuras del más prestigioso de los contorsionistas. Pues así quedó mi cara.
Pero a lo que íbamos, que no era otra cosa que lo de: “Leer entre líneas”.
Si ya se está perdiendo el buen hábito de leer, si la tendencia es la de obtener información rápidamente, a modo de flashes, sin apenas esfuerzo, ahora resulta que el que lea -que son los menos-, no sólo tendrá que saber leer lo que hay escrito sino también lo que no está escrito, pero supuestamente se quiere decir en el espacio que hay entre dos líneas… (Vuelvo a poner mi cara “shockeada”)
Esto es casi, casi, como volver a tiempos antaños, en los que no se podía expresar libremente lo que se quería, recurriendo pues, a este tipo de comunicación subliminal. Pero ahora… ¡los tiempos han cambiado!
No obstante, yo, que no acababa de captar eso de leer entre líneas, pensé: igual es que hay algún mensaje oculto, de esos que, cuando éramos pequeños escribíamos con zumo de limón en un papel y teníamos que hacerlos aparecer como por arte de magia, dando calor con un mechero. Así es que ni corta ni perezosa, fui a buscar un mechero. ¡Caray! Pero si no fumo. No tengo mechero, ni de esos malos de propaganda. Mi mente trabajaba rápida: ¡Fuego, fuego, necesito fuego! Escarbé por el cajón de la cocina. Encontré un “Magiclick” de esos de encender el hornillo. ¡Dios! Sólo saca chispa. Hace muchísimo tiempo que no saca la llama y nunca me acuerdo de bajar al bazar de bajo de casa a comprar otro. Sí, sí, ya sé lo que estáis pensando: que soy una arcaica de mucho cuidado. ¿Que cómo tengo todavía hornillos de gas y no tengo una magnífica y cómoda vitro…? Pues por eso mismo, porque soy algo chapada a la antigua. Para quien no lo sepa, con deciros que no tenía facebook hasta este mayo pasado, creo que con eso queda dicho todo… Mi siguiente reto: ¡tener una vitro!
¡Piensa Begoña: fuego, fuego! ¡Ya está, ya lo tengo!: “¡Begoña! -me dije- enciende el hornillo y pon la dichosa hoja de papel, para ver si aparece el mensaje oculto subliminal”. ¿Veis?, si hubiera tenido la vitro, no hubiera podido tener llama, ni hacer magia, ni leer entre líneas. ¡Para que veáis!
Estaba nerviosa, tan nerviosa o más que cuando era pequeña e intentaba descifrar algún que otro mensaje secreto, mandado por el niño que se sentaba detrás de mí, en el colegio.
En fin, con cuatro o cinco toques de Magiclick conseguí prender un hornillo. Las manos me temblaban, el corazón me palpitaba en la garganta, me costaba respirar; no sé si debido al exceso de gas emitido o por lo emocionante de la situación. La cuestión es que acabé disponiendo con tanto ímpetu el papel sobre la llama, que éste se prendió cual Ninot de Fallas.
Mirad, no sé cómo puede llegar a controlar la situación: tiré el flameado papel al suelo y de forma precipitada cogí un cazo lleno de agua, lanzándola sobre el dichoso mensaje entre líneas, el cual ardía sin que finalmente lo hubiera podido leer. ¡Mi gozo en un pozo! y nunca mejor dicho, porque así quedó mi cocina, como un pozo.
Después de la experiencia, ¿qué queréis que os diga? Que a quien me vuelva a decir que lea entre líneas, me lo como con patatas. ¡Vaya, que si me lo como! Que no, que no, que ya estoy muy mayor para leer entre líneas. A mí, que me digan “Al pan, pan, y al vino, vino”. Las cosas claritas y a la cara.
Hasta pronto.
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