Buenas tardes:
Quien esté siguiendo mis artículos, observará que muchas veces me muevo por impulsos, por vivencias y sentimientos. Es cierto.
Cuando algo me llama la atención repetidamente, me digo: he de escribir sobre ello. Y eso es lo que me está ocurriendo estos días; que he coincidido en diversas situaciones, lugares y con distintas personas de raza gitana. Lo que percibo, no lo siento ahora, sino que es una percepción la que tengo desde hace muchos años, de que los gitanos tienen algo que nosotros no tenemos; que son una serie de valores muy arraigados, que además de tenerlos, los cumplen.
Nosotros, los payos -como ellos nos llaman- también tenemos valores, ya lo creo que tenemos; lo que encuentro es que hay una gran diferencia entre gitanos y payos. Y es que nosotros, no tenemos tan arraigado el compromiso de cumplimiento de los mismos. Ellos sí. Podrá o no gustarme su modo de vida, su forma de comportarse en diferentes ocasiones, su jerarquía y distinción entre sexos, sus peculiaridades, su modus vivendi… pero lo que es de ley, es de ley. Y ellos, son fieles cumplidores de su principios y valores.
Y digo esto porque soy aficionada a ir a mercadillos y en época vacacional, en la que dispongo de más tiempo, suelo frecuentarlos. Estando en un puesto regentado por un par de jóvenes gitanas, no pude evitar escuchar la conversación que una de ellas mantenía por el móvil con su madre. Diréis que soy una cotilla, pero poneos en mi situación: un puesto de doce metros cuadrados, y el tono de voz tan peculiar que tienen los gitanos, no es de extrañar que me enterase de todo. No yo, sino todos los clientes que estaban en dicho puesto. De acuerdo. Quizás yo, acentué más la escucha, pero fue porque me agradó la forma en que esta gitana trataba a su madre. Nada más…
Bien, y volviendo al tema, la gitana en cuestión, mantenía una conversación la mar de respetuosa con su madre, mientras me buscaba la talla que le estaba solicitando. ¡Vale! También es cierto que mucha profesionalidad no se demuestra, atendiendo a una clienta, y hablando por el móvil a la vez; pero lo que yo quiero resaltar, y es a lo que voy, es que esta joven, hablaba con sumo respeto a su madre, le explicaba lo que tenía que hacer, le indicaba, con ese acento tan peculiar que tienen: “Maaaama, que te he dicho que no hagas naaa. Déjalo, que pa cuando yo vaya, lo hago tooo. Anda, maaama, hazme caso…” Y toda esta conversación que mantenía con su madre, totalmente dulce y cariñosa, contrasta con esa forma tan peculiar y alborotadora que los gitanos suelen emplear. ¿Por qué ese cambio de registro? Sencillamente porque hablaba con su madre. Y la familia, y sus mayores, son para los gitanos, un valor inamovible, muy arraigado y respetado.
Hoy, esperando en la acera a que se pusiera el semáforo de peatones en verde, se ponen a mi lado una señora gitana y su hijo, de unos treinta y tantos años; el cual, le explicaba el recorrido de un par de líneas de autobuses urbanos, más adecuado para llegar a dónde ellos querían. La madre, discrepaba del hijo, diciéndole que no, que mejor coger otra línea. El hijo, con sumo respeto, le vuelve a explicar el recorrido de las dos líneas de autobús. La madre, en sus trece. El hijo, con total calma y cariño le dice: “Maaama, no quiero discutir contigo por un autobús, cogemos el que tú quieras, anda”. Yo, que estaba escuchando la conversación (ya estamos otra vez, con la escucha… De verdad, que los tenía pegaditos a mí y se oía muy claro…), sabía que el hijo estaba en lo cierto sobre el trayecto del autobús, y me he quedado sorprendida al ver con qué condescendencia ese hijo, claudicaba ante la opinión de la madre, por evitar una “pequeña discusión”. No sé, intento imaginarme a nuestra raza paya, queriendo imponer nuestro criterio, y más sabiendo que estamos en lo cierto…
Y seguido a todo esto, recuerdo que tiempo atrás, estando visitando a un familiar en el hospital, vi un gran número de personas en el pasillo donde me encontraba. Eran todas ellas de raza gitana. Tenían a un familiar suyo ingresado. Y cuando alguien de los suyos está enfermo, acude toda la familia en grupo. Forman una piña.
Esto me hace pensar, y pese a que como he dicho anteriormente, no coincida con algunas costumbres en su forma de vida o en sus tradiciones, que son dignos de admirar y de respetar en estos aspectos que comento. Nosotros, los payos, que vamos en muchas ocasiones con el pecho hinchado, como pavos, y que alardeamos de muchas de las cosas que no siempre cumplimos, deberíamos tomar ejemplo en este y en muchos otros aspectos que ellos tienen muy arraigados.
Además de tomar como eje primordial la familia, en torno a la cual giran todos los valores, los miembros de ella, forman un engranaje totalmente estructurado, en el que cada uno sabe su función y cometido; ensalzando la figura del anciano, como persona sabia y respetable.
Digno de alabar y mencionar es la hospitalidad y la ayuda que se prestan entre ellos; así como el orgullo que sienten de sí mismos, de su raza, de su cultura, de sus costumbres, trasmitiéndolas de generación en generación y respetándolas fielmente.
Resaltar y admirar de ellos también la música y el baile que llevan intrínseco en la sangre y que les sirve para transmitir sus emociones y sentimientos.
Con esto, sólo he querido hacer ver mi punto de vista hacia una raza, una cultura que no siempre está bien parada ni reconocida. Como en todas las razas, culturas y como todas las personas, hay de todo, como en botica. Quizás deberíamos evitar algún que otro juicio y prejuicio y mirar a nuestro alrededor desde otro prisma.
Hasta pronto.
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