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12.03.2016

las responsabilidades de mi nevera

Divagaciones Mias
las responsabilidades de mi nevera

LAS RESPONSABILIDADES DE MI NEVERA

Yo no sé la vuestra, pero creo que mi nevera se me está rebelando. Sí, sí, como os lo digo. No sé si es porque está ya viejecita, no sé si es porque, al igual que los coches cuando apuras la gasolina, sufre las consecuencias de llevarla a los extremos - o muy llena, o en estado de indigencia total –, o es que tiene un exceso de responsabilidad…


Yo creo que más bien va a ser esto último. Sí, ¡¡un exceso de responsabilidad!! No sé si a vosotros os ocurrirá lo mismo, pero yo a mi nevera le doy muchas responsabilidades; quizás, incluso demasiadas… Y debe ser que está cansándose un poco ya de mí porque, en ocasiones, en el silencio de la noche oigo algún que otro lamento suyo. Ella es muy considerada conmigo, y lo hace cuando sabe que ya estoy en la cama y cree que no la puedo oír; pero yo, que tengo el sueño muy ligero, por mucho que atenúe su quejido, la oigo. ¡Qué lástima!


Yo, que me considero una persona bastante empática, (debe ser por deformación profesional, porque así, intento comprender cómo se sienten los niños y los padres), me pongo en el lugar de mi nevera, hago un ejercicio de abstracción y pienso cómo se debe sentir. Y… sinceramente, se debe sentir mal, muy mal, tremendamente mal. Porque si me pongo en su lugar, ella debe estar pensando que fue diseñada y fabricada para mantener frescas las bebidas, para conservar alimentos, o para mantenerlos en período de aletargamiento hasta que yo decida darles uso…


Pero quizás me he excedido y le he dado durante muchos años un papel que no le correspondía. La he cargado de un exceso de responsabilidad. Una responsabilidad que era mía, que era mi obligación; que yo, por mi propia condición de ser humano, por estar dotada de intelecto (bueno, más o menos…), estoy diseñada para realizar aquellas tareas, aquellas responsabilidades que le estoy traspasando a ella. Y en ese descargarme yo de mi responsabilidad, de mi obligación, le estoy sobrecargando y dándole unas obligaciones que no le corresponden.


¡Veamos! ¿Qué falta tiene ella de sustentar todo el peso de mis obligaciones, de mis olvidos, de mis tareas, de mis responsabilidades, de mis compromisos con el banco o con hacienda? ¿Por qué se ha de ocupar ella de recordarme las citas con el médico, o los cumpleaños de mis seres queridos, o los días críticos y rodeados en rojo de todas y cada una de las mujeres de esta casa...? ¿Por qué ha de sustentar ella la interminable lista de las faltas de mi despensa, si ella lo único que quiere, es que esa lista se manifieste de forma física en su interior…?


Y ya no os cuento lo que debe sentir mi pobre y sufrida nevera al sustentar en su propio cuerpo, el peso de todos y cada uno de los imanes, más bien cutres, con los que la voy adornado… Qué falta tiene ella de recordar aquellos lugares donde he estado yo, o todavía peor, donde han estado mis amigas; que ahora no sé qué nos ha entrado, que cada vez que una de nosotras va de viaje, trae un regalito de recuerdo a las demás, a ver cuál de todos más vintage -por llamarlo de una forma diplomática…-.


Y encima, es que mi nevera es buena donde las haya, porque, salvo los lamentos nocturnos que ella cree que no percibo, me recibe todos los días con una sonrisa, intentando agradarme, e incluso se disculpa si no me puede conceder aquello que voy buscando, no porque no lo encuentre sino porque, en ocasiones, la tengo en período de ayuno y abstinencia…


¡Ay…! ¡Pobrecita mi nevera! ¡Mira que es buena!


En fin, que después de estar toda la noche oyendo suspirar a mi nevera, he decidido relegarla de unas responsabilidades que no son suyas y darle el uso que realmente le corresponde.


¡Que no, que no, que ya está bien! Cada uno debe hacerse responsable de sus tareas y no delegar en los demás sus propias responsabilidades. Dicho y hecho, a partir de hoy voy a dejar la puerta de mi nevera, limpia como una patena, pero yo no paso otra noche escuchando sus lamentos. ¡Faltaría más!

 

 

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