SUPERAR EL PRIMER DÍA DE REBAJAS
Si esperáis encontrar aquí un pequeño manual que os ayude a superar el primer día, o el primer fin de semana de rebajas, ya os adelanto que no lo vais a encontrar, a menos que hayáis hecho un verdadero estudio de campo, previo a las mismas, y hayáis acampado en la puerta de los almacenes elegidos la noche anterior a tan esperado acontecimiento, como si de frenéticas e ilusionadas jovencitas esperando ver a su ídolo, se tratase.
Salir de casa rumbo a un centro comercial a las once menos cuarto de la mañana para realizar unas pequeñas modificaciones de talla, en los presentes que muy amablemente nos regalaron sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, y con la esperanza de que no haya mucha gente todavía, es cuanto menos una ingenuidad…
Once menos diez de la mañana: primera rotonda de acceso al centro comercial. Me encuentro ante el más absoluto caos. ¿Pero qué pasa aquí…? Tras mucho esfuerzo, entre tal amasijo de vehículos, consigo dar la vuelta a la circunferencia para intentar colocarme en el carril de acceso a mi lugar de destino.
¡Lo sabía. Lo sabía…! ¡”La Poli” está dirigiendo el tráfico! Es un hecho más que científico y comprobado, que cuando los polis se colocan para dirigir el tráfico por fechas señaladas o por motivos varios, el desorden y la confusión crecen, ya que estos señores -a los cuales, por supuesto, no les quito su mérito, ya que para otros menesteres son muy eficientes- marean mucho al conductor, no son nada claros ni concisos.
Veamos: si el semáforo está en rojo, yo, y toda la marea de coches que me envuelve, paramos, ¿no?, porque así lo aprendimos en la autoescuela. Pero de pronto, se oye un silbato estridente que supera los decibelios que Diego el Cigala me está dedicando con sus “Lágrimas Negras” en mi pequeño habitáculo, y observo a un señor uniformado, con espaldas cuadradas, los carrillos hinchados y yo diría que casi enfadado, muy enfadado, haciendo movimientos bruscos con uno de los brazos como si de una hélice se tratase. Con el otro brazo, daba golpes de palma - como si estuviera aporreando una puerta- para indicar a otro de los caudales de coches que se querían incorporar a la rotonda, que se parasen, cuando en realidad ellos tenían el semáforo en verde. ¿….? Caos, confusión, nerviosismo, varios vehículos que se saltan en semáforo en verde, pero que debían interpretarlo como rojo. La marea que debía avanzar - porque así lo indicaba la hélice- no adelantaba porque no se atrevía a saltarse un semáforo en rojo delante de una autoridad local… El poli, loco, nervioso, batiendo brazos cual náufrago en el mar, se saca el silbato de la boca por miedo a tragárselo, se apresura hacía nuestra marea, caminando cual orangután enfurecido, nos indica verbalmente y sin ningún tipo de mimo ni cariño: ¡avancen, avaaanceeen…! Yo, que soy muy sensible a los gritos y las regañinas (debe ser un trauma no superado de la infancia), me pongo nerviosa, se me cala el coche, quería llorar, llorar a pleno pulmón, llamar a mi mamá para que me socorriese. Pero de pronto me acuerdo que mi mami no me podría sacar de este apuro porque ya hace muchos años, mi hermana le confiscó el carnet de conducir porque tenía tendencias de izquierdas y a mi papi -que Dios me lo esté cuidando mucho- eso, no le habría gustado… Así es que decido salir de este entuerto yo sola. ¡Resolución de conflictos, Begoña! ¡Has de ser resolutiva! -me digo, una y otra vez-. Consigo poner el coche en marcha, no sin antes hacerle cantar “La Traviata”, arranco a trompicones cual potro desbocado, y avanzo por lo que me queda de rotonda hasta incorporarme a lo que se intuye debe ser carril que me guiará al parking del centro comercial, no sin antes, mandarle saludos a todos los antepasados que componen el árbol genealógico del “cachas”. Espero -sin prisa pero sin pausa, con el motor a ralentí y avanzando milímetro a milímetro-, a que algún alma bondadosa me deje incorporarme a ese inicio de procesión. Nadie deja ni el más mínimo centímetro de espacio entre coche y coche, que me haga intuir que me están cediendo un lugar en tan ansiada romería…
¡Bien!, un coche decide marcharse a confesar directamente los pecados al confesor, antes de seguir aguantando tal penitencia. Veo los cielos abiertos, levanto un poco el pie del embrague y acelero para intentar colocarme en tan ansiado hueco. De pronto, el coche que seguía al penitente tránsfuga, hace una magistral llave de kárate, con voltereta incluida y consigue arrebatarme el pequeño espacio que me daba acceso a la fila de cofrades. Observo con estupor al prodigioso karateca y percibo que es del género femenino. Lanzo un: “Lo sabía, tenía que ser mujer…”. Mi hija, que la llevaba de copiloto en el más absoluto de los silencios (como no puede ser de otra manera en las procesiones), me increpa:
- ¡Mamáaa, ya está bien! ¡Siempre igual! Ese es un comentario muy machista.
- No, cariño, no es un comentario machista; es la realidad. Las mujeres, tenemos muchas cosas positivas conduciendo, pero en esto de ceder el paso, somos algo “jodoncetas” (con perdón de la expresión); y sobre todo, si se trata de cederle el paso a otra mujer.
- ¡Que no, mamá, que no!, que siempre estás igual con lo de las mujeres, -dice elevando un poco más el tono de voz-.
- Oye, que a mí no me chilles, ¿eh? Cuidadito y no te subas al potro, que yo me subo más alto al caballo, ¿eh? Cuidado, cuidado, que tiro recto, nos vamos a casa y se acabaron las rebajas…
-suelto yo, bastante subidita de tono-.
- (… ) Silencio sepulcral.
Si algo bueno tiene de bueno mi hija (entre otras muchas cosas, ¡claro!) es que es muy prudente y sabe cuándo debe callar, sobre todo en qué momento exacto de mi crispación debe hacer un mutis por respuesta, aunque luego, pasado el huracán, vuelva a retomar la conversación para sacar lo que lleva dentro y acabar de rematar el razonamiento. Sí, sí, ésta tampoco se calla nada, ¡vamos!
En fin, para mí, que el coche que iba detrás de la karateca, ha debido deducir -por aquello del lenguaje no verbal- las discrepancias generacionales entre madre e hija y ha tenido la amabilidad de cedernos, esta vez sí, un hueco en esa carrera de fondo. He estado en un tris de bajarme del coche y darle un beso en los morros, pero por temor a que su mujer y sus hijos, lo malinterpretasen, no lo he hecho. Me he conformado con hacerle un pequeño saludo con la mano. Ahora que pienso, también hubiera podido mandarle un beso al aire. Eso hubiera sido más light… Pero no, mejor que no, que llevaba a mi hija y es muy mirada para esas cosas. Debe de ser la edad. Veremos lo que hace ella cuando tenga la mía...
¡Por fin! ¡Prueba superada! Ya estamos encarriladas como borregos; ahora solo nos queda ir avanzando poco a poco en esta vía pecuaria, la cual, nos llevará a la boca del parking, en donde iremos rodando en forma de espiral, cual juguete de bolas, hasta conseguir colocar nuestra canica, perdón, nuestro coche, en uno de los huecos destinado para tal fin.
Pero ni tan siquiera en ese caminar lento, pausado y guiado, podía yo tener un poco de calma y relax. ¡Nooo…! A falta de tres o cuatro coches para entrar en el parking, observo cómo se me “amorra” un mastodonte de coche, que muy listo él (el coche, no, ¡pobrecito!, el dueño) ha pretendido -haciéndose el despistado- saltarse casi los 400 metros de penitencia que yo llevaba y entrar así, sin esperar, sin colas, cual niño pillín de tres años que quiere ser el primero de la fila. ¡No, no, no! Eso no se hace. No te lo voy a permitir… Pero el listillo, insistía, y me acercaba cada vez más el morro de su coche, presionándome a ver si me amilanaba ante tan gran mastodonte de vehículo y le dejaba pasar. Yo, experta conocedora como soy, de niños pillines y traviesos, le he hecho con el dedo un gesto de negación, y con cara de pillina también (por aquello de la empatía), le he indicado que fuera al final de la fila. ¡Que no, que no! Que hay que educarles desde pequeños a que sepan esperar su turno; y éste, por lo visto, el día que lo enseñaron, estaba enfermo y no fue al cole. Pues nada, nunca es tarde para aprender…
Finalmente, la boca del parking nos ha succionado y hemos conseguido un hueco en el sótano cuarto, y porque no había más; la cosa ha estado difícil, no creáis.
Hora de llegada: once y media. Hemos tardado tres cuartos de hora en hacer un trayecto que dura cinco minutos… ¡Bien, pero no pasa nada! ¡Ya estamos! Lo importante es que hemos llegado sanas y salvas. Físicamente ¡claro!, porque psicológicamente yo he llegado tocada...
Ahora subimos y hacemos los cambios pertinentes. Esto va a ser rapidito, porque como no tenemos que ver nada más, simplemente es cambiar de talla, en un momento acabamos y nos queda tiempo para dar un garbeo por las rebajas. ¡Perfecto!
¡¡¡…!!!
Sinceramente, no sé qué expresión utilizar para relataros la cara que se me ha quedado y el bajón que me ha dado en todos los niveles, esta vez, psíquicos y físicos, cuando he visto el panorama. ¿Pero qué pasa, que los Reyes Magos no han acertado ningún regalo y todo el mundo quiere cambiar o devolver lo que le han traído Sus Majestades? No me lo puedo creer… Esto no me puede estar pasando a mí. Os preguntaréis que si es que nunca he ido de rebajas. Vamos a ver, claro que he ido de rebajas, pero no tengo constancia de que haya ido nunca un primer día de rebajas y en sábado. Siempre me ha pillado trabajando…
He respirado hondo y he intentado buscar una dependienta que me hiciera el cambio. ¡Totalmente desaparecidas! O no hay, o da la casualidad que están todas en el almacén buscando tallas o modelos para otros clientes -según me informa la chica de caja al preguntarle si alguien me puede atender-. Que esa es otra, con la cola que había, bien podrían poner a dos o tres dependientas en caja. ¡Pero no… sólo una!
Busco y rebusco. No encuentro la talla. Mi hija, viendo que yo ya estaba hiperventilando, decide tomar el mando de la situación. Busca y encuentra talla anhelada del pantalón pero no de la camisa. ¡Claro, es que ahora como te puedes coger las piezas de pijama como quieras, pues hay ese caos…! Eso antes no pasaba, cada pijama iba con su pantalón y su suéter o camisa, y eran inseparables. No pasa nada, cariño -le digo- cambiamos de modelo de pijama. Ocurre lo mismo. No hay forma de configurar un pijama a conjunto de la misma talla.
¡Por fin! Encuentro una dependienta. Casi suplicándole le pido una talla menos del pijama que Melchor le había regalado a mi mami. Que por cierto, eso no os lo había dicho, lo disgustada que se puso cuando vio la talla que le había regalado Su Majestad. ¡Anda que menudo cacho de pijama –dijo-, ni que yo estuviera como una foca…! No mamá, no -intenté calmarla yo-, es que ahora hay mucho lío con eso de las tallas y Melchor no lo acaba de captar bien. Tú sabes el lío que tendrá el pobre con las tallas de todos… Con mi mami también hay que ser un poquito diplomática, porque sino se sube enseguida a la parra. Sí, sí, esto es genético y generacional…
- ¿No está ahí colgado? -me dice la dependienta-.
- Si lo hubiera visto ahí colgado, no le estaría preguntando a usted - le contesto con voz queda, aunque mi hija diga que tiene algo de retintín-. (Es que mi hija es experta en encontrar en mi voz, infinidad de tonalidades cada una con su significado. ¡Muy lista ella…!).
- Pues si no está ahí colgado, es que no queda.
- Y no le quedará en el almacén -le pregunto-.
- No. Está todo fuera.
- (…)
Y digo yo, que si todo está fuera, ¿por qué hacen tantos viajes al almacén…? Igual lo hacen para “desestresarse”, porque estrés deben tener con tanto agobio de gente, tantas montañas de ropa, las estanterías desordenadas, la alarma pitando porque la cola sale hasta la calle; las dependientas reorientado la fila para que la gente la forme dentro de pequeño habitáculo. Si es por ese motivo, venga, las disculpo.
- De la talla que busca tengo esta camiseta –intenta ayudarme la dependienta-.
- Ah, venga, pues también es mona, (yo quería acabar y todo lo veía mono) ¿Pero está el pantalón a juego? -le pregunto-.
- No. En la talla que usted busca, no queda. Tendría que ponerse otro modelo de pantalón o ponerse dos tallas más grandes si quiere que le haga juego.
- ¡…!
- ¿Me quiere usted decir que haga un apaño, sea como sea? ¿Acaso pretende que mi mami se vaya a la cama con un pijama totalmente desconjuntado, o que se ponga tirantes para dormir?
- Mujer, tampoco es eso… -me dice la chica con una media sonrisa-.
- Mire, déjelo estar. Vendré en otro momento que haya un poco más de calma.
- ¿Y ahora qué hacemos?-le pregunto a mi hija-.
- Pues que nos hagan un vale y ya lo cambiamos.
- Esperar en este bucle de fila para que nos hagan un vale… ¡Pufff! ¿Cuánto tiempo tenemos para cambiarlo?
- Un mes.
- ¡Anda! Si tenemos un mes, ¿qué hacemos aquí en este laberinto de hormigas? ¡¡Vámonos, vámonos, ya volveremos en febrero!!
Ya sin la presión y con la tranquilidad que te aporta el saber que tienes un mes para cambiar el regalo, hemos decidido dar un paseo por las demás tiendas, a ver la rebajitas….
¡Madre de Dios! el panorama era desolador, colas interminables para cambiar, devolver o comprar alguna prenda rebajada. Aunque si os soy sincera, lo de las rebajas no lo tengo yo muy claro, ya que he visto artículos que han estado durante toda la campaña de otoño/invierno, ahora expuestos con el cartelito de “Nueva Colección”; por supuesto, sin bajar un solo euro… ¡Pero qué dices, Nueva Colección!, si esto estoy cansada de verlo aquí expuesto… Así como productos totalmente novedosos, esos sí, con descuentos importantes. ¡¡Pero habría que ver los modelitos!! Yo ya he perdido el año exacto en que se llevaban esas prendas.
¡Ah!, y esa es otra, ni se os ocurra ofender a las dependientas preguntando por la rebaja de algún artículo de estos que estáis cansados de ver durante cuatro meses de campaña, porque la respuesta ya os la digo yo:
- ¡Ese artículo no está rebajado porque es de “Continuidad”!
“De continuidad”. ¡Qué qué..!
Pues ¡hala, hala! a continuar con las rebajas que yo me voy a mi casita rica a desestresarme de ellas, antes que me dé un rebajón a mí, pero en mi sistema nervioso...
¡¡Que no, que no, que yo ya estoy muy mayor para ir de rebajas…!! Ahora lo que se lleva -según mis hijas, mi hermana y mis sobrinas-, es la compra online. Si es que todas están más modernizadas que yo… Pero es que a mí me gusta eso del trato humano, que me atiendan, me aconsejen, me orienten… Como yo me paso la vida atendiendo, aconsejando y orientando, pues también me gusta que de vez en cuando hagan eso conmigo… Oye, un poquito de mimitos y atención no va mal… Pero claro, para el trato y los consejos que me dan, casi que voy a tener que ir cambiando el chip y adaptarme a las nuevas tecnologías y metodologías. ¡Renovarse o morir! Ya os diré cómo me va por esos mundos…
¡Hasta pronto!
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