Buenos días:
Soy de las que opino que las casualidades no existen; que las cosas ocurren por algo. Creo pues, en las causalidades. Y ayer, fue un día de causalidades.
Me disponía a tomar asiento en un restaurante, cuando miré hacia una mesa que estaba enfrente de mí. Me llamó la atención porque era una mesa con bastantes comensales; una familia con abuelos, hijos, yernos, nueras y nietos. Me gusta ver a las familias reunidas.
Pero justo cuando hacía un rápido barrido visual sobre tan bonita estampa, mi mirada se detuvo por un instante en otra mirada: la de una mirada que parecía no ver nada, no estar allí, no estar percibiendo lo que en la mesa se celebraba, no estar reconociendo a los que le rodeaban… Era la mirada del alzheimer. Al patriarca de aquella bonita familia, se le había borrado la memoria.
Sabéis mi tendencia a la observación (que no, al cotilleo) de todo lo que acontece a mi alrededor, y durante toda la comida no pude dejar de seguir -con total discreción, por supuesto- toda la secuencia de lo que en esa mesa pasaba. Y si algo me llamó poderosamente la atención, fue con el cariño, el cuidado, el amor, la normalidad con la que esa familia llevaba el hecho de que el marido, padre, suegro y abuelo, no supiera que tenía tantos galardones, no supiera, quienes eran los que compartían mesa y mantel con él, no supiera qué hacía allí ni qué estaba celebrando. Simplemente, estaban todos juntos, felizmente reunidos. Y él, estaba en cuerpo pero no en mente.
Pero llegó un momento en que su mente le dijo que debía partir, se agitaba en la mesa, con movimientos torpes, mientras su mirada seguía perdida y su cuerpo intentaba levantarse del asiento. Su mujer, que a su lado estaba, le cogía del brazo con ternura, le acariciaba la cara y le decía:” Luego nos vamos, cariño, ahora come un poco más”, mientras le pinchaba un poco de carne con el tenedor y se lo introducía con sumo cuidado en la boca…
Él insistía, quería irse, no sabía dónde, pero quería irse, intentaba levantarse, las hijas y yernos, tomaron el relevo; dejaron que su madre cogiese un poco de aliento. Con exquisito cariño y mimo, le hablaban: “Papá, no te levantes. Come un poco más y luego ya nos vamos todos”. Con el cuerpo tembloroso y movimientos totalmente inestables, consiguió levantarse de su asiento, mientras los hijos también se levantaron con él. Se puso tenso, su gesto se enfadó, quería irse, no sabía dónde pero quería marcharse. Sus hijos le hablaban, intentaban convencerle para que se sentara. Se alborotó un poco y batió los brazos algo enfurruñado. Su mujer volvió a tomar el mando, se levantó, lo acarició, lo miró a los ojos, y ahora sí. Ahora sí que por un momento, su vida había vuelto. Sus miradas se cruzaron y en ese cruce de miradas, él reconoció a su mujer, y una ligera y a la vez triste sonrisa, se trazo en su rostro, abandonando por unos instantes ese rictus de ausencia.
Accedió a la petición de su amada, -porque en la mirada, la percibía como tal- y se volvió a sentar. Ella, continuó dándole la comida, poco a poco; entre bocado y bocado, un beso en la mejilla. Los hijos le trasmitían palabras de cariño, caricias… pero, papá ya no estaba. La vida de papá se había vuelto a borrar. Y volvió en él la mirada perdida, el temblor en su cuerpo, los movimientos torpes… Quería irse de nuevo. Pagaron y se fueron. Todos juntos y unidos, se fueron. Y la comida, la celebración, había valido la pena. Ya lo creo que había valido la pena; porque por unos instantes, él, el padre, el abuelo, el suegro, el marido, recordó quién era y reconoció a su mujer…
Llegué a casa, pasé lo que quedaba de tarde haciendo cosas. Mensaje de mi hija: “El Diario de Noa en Antena 3”. Ella sabe que la habré visto tropecientas mil veces, que adoro esa película y que siempre me emociono. Así es que, por segunda vez en el día, me dispuse a llorar.
A veces todo el trazado de la vida se puede borrar de la mente, pero, esto es como en el papel, que por mucho que aprietes con el borrador, siempre queda huella de lo que ahí hay escrito; porque tu labor, tu siembra, ha dado frutos, y ahí están los tuyos, aquellos a los que has amado, que se encargan de mantenerlo siempre en vigilia.
Hasta pronto, amigos.
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