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30.10.2016

LA HERENCIA DE MIS HIJAS

Divagaciones Mias
LA HERENCIA DE MIS HIJAS

LA HERENCIA DE MIS HIJAS

Ayer por la mañana quedé con los de una inmobiliaria para visitar un piso en venta. Puntuales, a las 11:00 h. -conforme habíamos quedado- estábamos mi hija y yo en el portal del inmueble en cuestión. Apenas había podido dormir por la noche pensando en el chollo que me había ofertado el asesor que me llamó el día anterior. Un piso grande, en una sexta altura y con mucha luz. Cierto es que necesitaba un poco de reforma, pero me ofrecían unas excelentes condiciones hipotecarias, que me facilitarían toda la gestión.

No tardaron en llegar los de la inmobiliaria. Uno, el asesor financiero, al cual ya conocía y que era el que me había ofertado el piso y sus condiciones, y el otro, el comercial. Un comercial, que dicho sea de paso, era de los del tipo A de “Agresivo”. Al verlos venir dije con voz queda y como si de una ventrílocua se tratara:

- ¡Uy, uy, uy…! ya tenemos aquí, un agresivo.

Mi hija me riñó, -también por lo bajini, ¡faltaría más!- porque dice que enseguida etiqueto a las personas. Yo le digo que no es que etiquete ni que yo sea una listilla, sino que la edad (no voy a decirla porque ¡pa qué!) y el camino recorrido, me hacen tener un poquito más de experiencia -que no sabiduría- en algunos aspectos.

En fin, que tras el típico apretón de manos y las consabidas presentaciones, nos dispusimos a subir al piso. Mientras esperábamos el ascensor, el agresivo se dirige a mi hija y le pregunta:

(perdonad que me dirija a él con este mote, pero es para diferenciarlo del otro. Bueno, en realidad podría diferenciarlos perfectamente; solo con decir “el comercial”, ya sería suficiente, porque el otro es “el asesor financiero”, pero es que no me acabó de caer bien el mozalbete. ¡Mira!, prejuicios que hacemos sin conocer a las personas. ¡Qué se le va a hacer...! Igual, a lo largo de la visita mi percepción sobre él podría variar…)

- Y tú, ¿estás estudiando también en el colegio de tu mamá? (Por lo visto, ya había sido informado de que yo era maestra).

Mi hija, que es muy discreta y calmada –también debe ser la edad, pero por defecto, no como yo, que es por exceso- apenas gesticuló. Simplemente susurró un pequeño “no, no”. Yo, esperé unas milésimas de segundo, -que por cierto, me parecieron eternas- esperando a que añadiese alguna frase más a aquella negación, pero en vista que no se pronunciaba, casi a trompicones y de forma precipitada, me adelanté  solucionando la papeleta a mi retoño (fíjate, en casa del herrero, cuchillo de palo… Si eso es lo que digo yo siempre que no se debe hacer y ahora estaba haciéndolo yo).

- ¡No, nooo…! Mi hija es enfermeraaa…

Y por si no fuera poco con mi atropellada intervención, rematé la jugada diciendo:

- Y mi otra hija, la mayor, es maestraaa…

¡¡Puaggg!! Qué ganas de vomitar me doy al escribir esto y recordar la escena. Lo reconozco, debí resultar como esas madres pedantes y pastosas… pero en ese momento me quedé tan ancha y desahogada. Inmediatamente, sentí en mi interior las palabras de mi hija. No es que tenga poderes, ¡no!; es que a mis hijas las he parido yo, y sé lo que están pensando sin que ellas me lo digan. Y percibía como martillazos en mi cabeza: “mamá, mamá, te estás pasando… Qué falta hace decir lo que somos. Ésta información la has puesto aquí con calzador…Limítate a hablar del piso, que es a lo que venimos. ¡Céntrate! ¡Céntrate!”. De soslayo la miré y me topé con su mirada inquisitiva… ¡El ascensor llegó, y me salvó de la guillotina!

De pronto, veo que el agresivo, marca el 2, y digo:

- ¿No era el sexto?

- No, no. Es el segundo. Ha habido una confusión. El sexto es otra vivienda que tenemos por otra zona, pero éste es el segundo.

El asesor financiero, se disculpa; él también pensaba que era el 6º.

- ¡Mmmm…! Esto pinta mal –pensé yo-.

Bien, entramos en el piso, y encuentro que la maravillosa propiedad se distribuye en forma de ”U” boca abajo, de tal forma que si recorremos uno de los lados de esa imaginaria U, todas las estancias daban a un patio de luces donde se podía apreciar todo el ajuar y ropa íntima de los vecinos de las diferentes fincas que lo conformaban. Si giramos 90 grados a la derecha, siguiendo el trazado de la vivienda, observamos que las estancias de ese lateral daban a un minúsculo patio de luces donde se distribuían los ventanucos por los que emanaban todo tipo de vapores y hedores procedentes de la limpieza y expulsión de todo aquello que le sobra a nuestro sabio cuerpo. Y si avanzamos en el último tramo de la vocal, dábamos con las dos únicas estancias orientadas a una calle. ¡Por fin, una calle! – pensé-. Pero cuando el agresivo levantó las persianas para acceder a la tan ansiada vista, nos topamos con un enorme y viejo tejado medio derrumbado y anidado por multitud de palomas que entraban y salían de su morada con total libertad y algarabía.

Ante tal espectáculo, no pude reprimir mi sorpresa y solté un:

- ¡Madre de Dios! ¿Y éste es el chollo que me querían vender?

- ¡Mujer!, así a simple vista, puede parecerle algo lúgubre, pero haga usted un poquito de abstracción e imagíneselo reformadito. Tenga en cuenta que tiene 160 metros cuadrados y que está en una de las avenidas principales de Valencia.

- Que dicho sea de paso, no da ninguna de las estancias a tan importante avenida -contesté yo, con algo de acritud-. Sí, cierto es que la finca tiene entrada por la misma, pero que las dos únicas habitaciones que dan a la calle, tengan esta panorámica, permítame que le diga, es, cuanto menos, deprimente.

- Bueno, me reitero, si tiene usted un poquito de visión de futuro, le informo que en ese almacén medio derrumbado que ve ahí, está en proyecto realizar una residencia para mayores, con club social incluido, gimnasio, cafetería, jardines, etc. Es decir, que este piso que ahora le sale por una ganga, el día de mañana se revalorizará cuatro veces el valor actual. Y además, será una muy buena herencia para sus hijas.

- ¿...? Silencio.

- ¡¡La h…!! Digo ¡mecachis! ¿Me está usted queriendo vender un piso para que se lo deje a mis hijas en herencia el día de mañana y de paso, que me metan en la residencia de aquí al lado, con club social y jardines donde pasearme con andador? No, no, perdóneme, pero creo que está usted muy confundido. Yo, busco una vivienda para “MÍ”. ¿Sabe aquello de “yo mimé conmigo”?–increpé yo-. Pues eso, quiero tener una casa para sentirla mía, para sentir que es mi hogar y no estar de alquiler; no, para dejarla a mis hijas cuando la “palme” o cuando esté “achacosa”.

De acuerdo que últimamente tengo la cara algo “ajada”, pero esto me ocurre siempre que comienzo con los niños de 3 años; es el curso más duro  porque tienes que empezar de cero, y establecer todos los cimientos que conformarán el producto final de la etapa y de mi labor educativa con ellos, y eso te absorbe mucha  energía; pero de ahí a que me quiera llevar a criar malvas, hay un gran trecho. ¡Vamos, faltaría más!

Pero no quedándome desahogada con mi réplica, añadí un poco más de argumentación al discurso:

- Y sepa usted, que la herencia, ya se la he dado a mis hijas en vida.

- ¿Ah, sí? Caray, qué suerte tienen sus hijas –contestó el mozo algo “chulito”.

- Sí, sí, como oye, ya la tienen. Y no es algo material, como usted puede que anhele heredar de sus padres. Yo, a mis hijas, les he dejado la mejor de las herencias, que no es otra que: LA EDUCACIÓN Y LA FORMACIÓN.

El agresivo quedó con cara de circunstancia y miró a mi hija con algo de lástima, pensando seguramente, que era poco afortunada por haberle tocado una madre tan tacaña y con tan poca solvencia económica… ¡Qué se le va a hacer!

Y aquí acabó la visita al maravilloso chollo.

Educadamente y con el apretón de manos de rigor, nos despedimos del asesor financiero y del agresivo; no sin antes de que éste último soltase un: “seguiremos buscando una vivienda para “usted” – poniendo especial énfasis al pronunciar tal pronombre-.

Rápidamente y algo enojadita, deshice la U que había andado. Detrás oía los pasos apresurados de mi hija, que apenas podía seguirme, mientras percibía de nuevo sus pensamientos; ésta vez, más conformes a los míos: “jajaja, te has pasado un poco, mamá, te has pasado…”

 

 

 

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