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27.02.2016

¡MENUDO CRACK!

Divagaciones Mias
¡MENUDO CRACK!

El viernes, subí en el bus urbano. Normalmente, valido mi tarjeta para pagar el viaje y voy mirando si hay algún asiento libre. Si llego a la mitad del pasillo del bus y no hay sitio, me suelo quedar de pie en ese pequeño distribuidor que te da opción a seguir buscando asiento, en la segunda mitad de tan estrecho habitáculo o escapar por la primera puerta de salida en caso de que me entre el agobio, al sentirme como sardina en lata.

Pero a lo que iba. Ayer estaba muerta. Yo no sé qué era, si la depre post navideña o los 20 grados que caían de pleno, sumados a los otros tantos que me proporcionaban mis tres mangas largas y mi bufanda de pelo.

¡Vale! , no miré qué temperatura iba a hacer y me excedí en el abrigo; además había estado unos días en mi pueblo, e iba algo desorientada con las ropas, ya que allí, la temperatura era bastante inferior.

Perdón, que me he vuelto a ir por los andurriales… A lo que iba, de nuevo. En fin, que estaba tan cansada que decidí buscar suerte, o mejor dicho, algún asiento, en la segunda mitad del autobús.

Afortunadamente encontré uno en la última fila, a la izquierda. Iba de espaldas a la marcha y estaba pegado a la ventana. Un poco agobiante, la verdad, pero no me importaba. Quería sentarme; ya haría algún ejercicio de relajación para no sentirme como una conserva.

Tuve que pedirle a un joven adolescente, el cual estaba sentado en el asiento contiguo, que me dejase pasar a ocupar mi recién encontrado tesoro. El joven estaba ocupando prácticamente los dos asientos, ya que como llevaba una voluminosa mochila cargada en su espalda, se sentó ladeado - como mirando hacia el pasillo del autobús-, mientras que su mochila ocupada parte del que iba a ser mi pequeño descanso.

¿Me permites, por favor? -le dije- mirando con ansia mi asiento. El chaval, que estaba con la cabeza medio agachada y hablando por el móvil, levantó levemente los ojos por encima de sus gafas y se quedó mirándome, sin moverse lo más mínimo. Pensé: no me ha entendido bien. ¿Me permites que me siente, por favor? -cambié la forma solicitar el acceso- El mozo, levantó un poco más su cabeza, esta vez para observarme a través de los cristales de sus gafas; pero de nuevo, no hubo respuesta por su parte. Ya desesperada, volví a efectuar la pregunta, -esta vez, con algo menos de retórica- Quiero sentarme. ¿Te apartas un poco para que pueda pasar, por favor? El chico, dejó de hablar por el móvil, se levantó y me dejó pasar a mi ansiado trono.
¡¡Por fin…!! Un poco agobiada, pero conseguí sentarme.

Lo de agobiada, lo digo así, tal cual, porque a la estrechura del espacio, se sumó el desazón que provoca el sentir que tienes a veinte centímetros de ti, a una persona mirándote fijamente.

¿Qué había hecho el zagal? Utilizar la lógica, simplemente. Al yo ocupar el asiento pegado a la ventana, el cual, él había destinado para apoyar su mochila, no le quedó otra, que dar un giro de 180 grados, de manera que su mochila, seguía ahora colgada en su espalda pero suspendida en el pasillo del autobús.

No sé si os hacéis una composición de lugar y de escena; porque la escenita se las traía…

Yo, a pesar de ir ensimismada en mis pensamientos, pronto percibí que las distancias interpersonales estaban siendo traspasadas; así que regresé de mi abducción, giré mi cabeza a la derecha y, ésta vez, lo miré y lo vi. Mi compañero de asiento, era un chaval con una discapacidad intelectual. En décimas de segundo, obtuve respuestas a comportamientos algo inusuales, que había percibido instantes atrás; como por ejemplo, que le costase entender mi pregunta al querer sentarme: ¿me permites? Me permites, ¿qué? debió pensar él.

Del mismo modo (¡Ay!, siempre que empleo este conector, me viene a la cabeza una de las oraciones en la Liturgia Eucarística: “Del mismo modo, acabada la cena, Jesús tomó el Cáliz, y, dándote gracias de nuevo, lo pasó a sus discípulos diciendo…”. Madre mía, como se nos quedan las frases grabadas...Podría sustituirla por: “De igual manera”, pero es que me gusta más “Del mismo modo”. ¡Puf! Que mal estoy; me vuelvo a ir. ¡Perdonad!).

En fin, que, del mismo modo, el chico, empleó la más absoluta de las lógicas para sentarse cómodamente en el asiento del bus, sin quitarse la mochila de su espalda… Otra cosa es que ellos, no perciban de igual forma aquello de: “políticamente correcto”.

Bien, pues ya que nuestras miradas se habían encontrado, decidí saludarlo con un “Hola” muy pizpireto y simpático, ya que la situación, estaba adquiriendo un matiz gracioso. Rápidamente, me devolvió el saludo, seguido de: “Me llamo Raúl. Oye, yo no entiendo por qué sigue ganando las elecciones el PP”. ¿Veis? Lo que yo os decía. Ellos no perciben aquello de lo que es políticamente correcto –nunca mejor dicho- Y no saben que en reuniones o lugares públicos, se deben evitar tocar temas sobre política, religión y fútbol…

En fin, yo, decidí ser "políticamente incorrecta" también; más que nada, por aquello de que se debe de contestar cuando alguien te pregunta y porque, sinceramente, el chaval, era simpático a rabiar: “ Pues, digo yo que será, porque la gente les vota, ¿no?” –contesté-.

¡Qué dije! A partir de ese momento, empezamos a entablar una conversación sobre, yo no sé qué era, si una dialéctica política, una película de Star Wars, o una conversación de besugos… La cuestión es que el murmullo del gentío del autobús, fue disminuyendo, intentando mantener el hilo de nuestra interesante conversación; porque esa es otra, Raúl, tampoco tenía el más mínimo reparo en utilizar un tono de voz alto.

- Pues no lo entiendo, la verdad. No entiendo por qué la gente vota al PP.

- Observo, Raúl, que el PP no es de tu agrado.

- Mira, ni los del PP, ni los del PSOE, ni los de Ciudadanos, ni los de Podemos.

- ¡Ya, ya! ¡Claro!, está mal la cosa -contesté yo-.

No sabía si debía profundizar más en el tema o debía intentar neutralizar los ánimos de Raúl, el cual, se estaba emocionando con su discurso.

- Pues si yo tuviera el poder, haría así –batió los brazos con una estudiada llave de Karate o Judo, ¡qué sé yo!-, y lanzaría los cuchillos escondidos en las muñecas y se los clavaría en la yugular de cada uno de ellos… Así, ¡zas! ¡zas! Y de ese modo, acabaría con esta plaga de delincuentes y chorizos.

- Hombre Raúl, esa no es una buena solución. La violencia, lleva a más violencia, pero no a soluciones.

- ¿Ah, no? Entonces esto ¿cómo se arregla?

¡Ay, madre mía! Ya había un silencio sepulcral en el autobús, esperando mi respuesta. Menuda responsabilidad la mía.

- Bien, pues imagino, que ahora tendrán que reunirse los partidos políticos más votados y dialogar. Unirse y trabajar por el bien del país.

No diréis que no fui diplomática y políticamente correcta. Pero Raúl fue más inteligente que yo. A él poco le importaba que le escuchasen los pasajeros del autobús; a él poco le importaba eso de la diplomacia o de ser políticamente correctos. Y contestó.

- ¿Dialogar? ¿El bien del país? ¿Pero tú crees que ellos quieren el bien del país, el bien de las personas; que no haya tanto paro, tanta pobreza, tanto caos. O lo que quieren ellos es poder, para hacerse ricos y vivir bien?

- Hombre, pue… -no me dejó acabar la frase-.

- Si yo fuese el protagonista de (no sé qué nombre me dijo. Debía de ser algún súper héroe de ciencia ficción), sacaría mis cuchillos de las muñecas y ¡zas!, ¡zas!

- ¡Que no, hombre, que no! Y dale con el ¡zas!, ¡zas! Me parece a mí, Raúl, que tú ves muchas pelis de ciencia ficción y de guerras.

- Eso, eso, una tercera guerra tendría que venir, que acabase con todos los del PP, los del PSOE, de Ciudadanos y los de Podemos. ¡zas!, ¡zas!, ¡zas! Con todos. Y con el Rey, y con la Reina, y con la hermana del Rey y su marido. Con todos, que son unos chorizos.

Ay, madre mía, nos estamos metiendo en arenas movedizas -pensé yo- Ahora mismo sale un defensor a ultranza de uno de todos estos, a los que quiere lanzar los cuchillos Raúl, y aquí se forma la de Cristo es Dios.

- Para virar el tema, y calmar un poco el ímpetu de Raúl, le dije: “a ver si se te pasa la parada…”.

- No, tranquila. Yo controlo.

Y la verdad, es que así era, porque entre la vehemencia del discurso y la puesta en escena de los lanzamientos de cuchillos, Raúl, echaba vistazos a través de la ventana, para ver por dónde andábamos en la ruta del autobús.

- Mira, volvió al tema. Yo tengo la solución.

- ¿Sí? –contesté yo-

- Quitamos a todos los partidos políticos, al Rey y la Reina.

- Pero sin matarlos, ¿eh, Raúl?

- Vale, no los matamos. Entonces, que me den a mí el poder de todo.

- Ah, eso está muy bien. ¿Y qué harías tú para solucionar todos los problemas?

- De momento pondría a mi padre de Rey, y a la novia de mi padre, que es Colombiana, de Reina.

- ¡Ah! muy bien, muy bien.

Fíjate, sin yo preguntarlo, me entero que su padres están separados y que su padre se ha echado una novia colombiana. ¡Muy bien, muy bien. Interculturalidad!

- A mi tío, el hermano de mi padre, lo pondría de presidente del gobierno.

- Y a tu madre, Raúl. ¿Dónde pondrías a tu madre?

De acuerdo, fui mala, muy mala. Lo reconozco. Nada más hacerle la pregunta, me mordí la lengua. Begoña, eso ya es cotillear –me dije-. Te está resultando extraño que no coloque a su madre en ningún cargo político y sin embargo ponga como Reina de España a la novia de su padre; y eso que no es del terreno… ¿Y si va y resulta que no tiene madre; que ha muerto ya, o murió en el parto? De verdad, Begoña, que te has pasado…

- ¿A mi madre?

Silencio. ¡Ay, madre!, me esperaba lo peor...

- Pues a mi madre la pondría de Alcaldesa de Valencia. Pero antes, ¡Zas! ¡Zas!, lanzaría los cuchillos de mis muñecas para acabar con Joa…

Bueno, adiós, me bajo en esta parada. A ver si nos vemos en otra ocasión y te acabo de contar lo que haría una vez los tuviera a todos colocados.

Pero Raúl, que no me puedes dejar así –pensé-.

- Adiós, Raúl. Eso, eso, a ver si coincidimos en otra ocasión –le dije- y me lo acabas de contar, porque me dejas intrigadísima. Venga, que si me convences, en las próximas elecciones, te voto.

- Sí, sí, adiós, adiós.

Cuando Raúl se bajó del autobús, me quedé otra vez abducida en mis pensamientos. Pensaba en la simpatía del chico, en su poder resolutivo -no sobre la coyuntura política, precisamente- en su dialéctica, en su lenguaje, en su discurrir, en su síntesis. Tanto es así, que me pasé de parada.
Menudo Crak estaba hecho Raúl. Espero volverme a encontrar con él. Me ha dejado con la miel en la boca…

Un placer haberte conocido, Raúl.

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