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12.02.2017

¡MALDITO ESTRÉS!

Divagaciones Mias
¡MALDITO ESTRÉS!

¡MALDITO ESTRÉS!

Hoy quiero hablaros sobre el estrés. Sí, sí, vivimos en constante estrés, escuatro, escinco y así hasta el infinito. Yo ya no sé en qué grado estoy, pero mucho me temo que en un grado superior, lo cual me preocupa, y mucho. Y más si me voy a la definición que da el diccionario de la Real Academia Española, que dice así. “Tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos, a veces graves…”. Nada más y nada menos. Yo debo estar muy grave.

Mirad, hace algunos días me duché un par de veces en un espacio de tiempo de quince minutos… Sí, sí, lo que os digo. Ahora bien, no es que yo tuviera consciencia de ello; es más, ahora mismito, todavía no la tengo, pero me han asegurado de que fue así.

Estaba yo tranquilamente, (bueno, lo de tranquilamente es un decir, mejor decir mecánicamente) en la ducha, cuando de pronto entra mi hija al cuarto de baño y dice muy sorprendida:

- Mamá, ¿pero qué haces?

- Uy, ¿qué voy a hacer? Ducharme. ¿Qué no lo ves?

- ¿Otra vez?

- ¿Cómo que otra vez? ¿Ya me he duchado…?

Mirad, la cara que puso mi hija era un poema, y no precisamente recitando “Las golondrinas” de Bécquer. Le debí dar tal susto, que su mirada era como de sorpresa, preocupación o de pena… Yo ya no sé qué expresión era aquella, y eso que trabajo todos los días las emociones con mis alumnos, pero, sinceramente, esa emoción no la acabo de ubicar.

La cuestión es que entre la disyuntiva que ocasionó la afirmación de mi hija y mi negación a una ducha “replay”, mi retoño acercó la toalla de baño y me invitó a que la tocarla.

¡¡…!!

Efectivamente, ¡estaba húmeda!

Ahora, la sorprendida era yo. Bueno, más que sorprendida estaba asustada y además me di pena, mucha pena. Pensé: “Qué lástima de mí, tan joven y ya con estas pérdidas de memoria…”. En fin, ya que estaba dentro de la ducha acabé todo el proceso de mi aseo, bueno, más que aseo, aquello ya era desinfección pura y dura. Luego intenté tranquilizarme y recapacité un poco la situación: “No Begoña, -pensé- no te pasa nada. No te preocupes que no te ocurre nada de nada. Simplemente, pues eso, que tienes mucho estrés… ¡Vamos, como todo el mundo! ¡El estrés! ¡Eso es! ¡Qué tontería! Pues claro que no me pasa nada. A ver quién no tiene estrés, aunque sea tan solo un poquito…”

Ya había olvidado aquel episodio de la ducha cuando de pronto, me vuelve a suceder una situación de las mismas características; es decir, provocada única y exclusivamente por el estrés. Me fui el viernes de buena mañanita a una de esas revisiones que nos hacen a las mujeres en nuestros dos “atributos”. Pensé que “pá lo que hay que ver, no merecía la pena”, pero bueno, hay que hacerse esas exploraciones y ya está. Así es que decidí coger el bus urbano para acercarme a la consulta. Cuando salí de ella, (Por cierto, me dijeron que estaba perfecta. No yo, mis atributos.), opté por volver en metro ya que iba directa a mi trabajo y me dejaba más cerca. Bajé al andén y esperé los cuatro minutitos que indicaba el panel informativo, paseándome ida y vuelta por el apeadero. No me puedo estar quietecita, no; es como que así hago fuerza para que llegue antes el metro. ¡Manías mías! De pronto, percibo el chirriar de las ruedas por los raíles. Me giro, lo veo acercarse y con un movimiento algo precipitado, le hago el “Alto”… Pero con el bracito bien, alto, eh, que no se diga. Además como venía de la revisión, lo tenía algo viciado en esa postura...

Mirad, cuando observo que las dos personas que también estaban en el andén esperando, me estaba mirando con cara algo extraña, rectifico mi postura con un movimiento de trayectoria algo complicada en ejecución y hago como que me voy a recolocar un poco la greña de la melena, cual una “Pija” se tratara. Casi prefiero que me tachen de pija, que no de loca o de paleta. Que aunque soy de pueblo, ¡y a mucha honra! (y dicho sea de paso, es un pueblo bien bonito, Albaida), no soy paleta, ¿eh?

Bien, ni que decir tiene que me subí en el último vagón para no recibir más miradas sobre mi persona, queriendo averiguar mi procedencia natal o mi estado psicológico. Pero quedé tocada. ¡Sinceramente! Sí, porque la situación se había repetido. Es decir, mi cabeza volvía a no estar en “la faena” que decimos los valencianos. Esto ya me estaba preocupando…

El estrés… Otra vez el dichoso estrés. El estrés se nos está apoderando, está dominando nuestras vidas. Y yo, me resisto a ello.¡ A mí no me domina nadie, y menos un estrés! ¡Vaya que no!

Mirad, esto no puede ser… Debemos tranquilizarnos, ya que, imaginad qué podría ocurrirnos si el estrés domina nuestra mente y nuestro cuerpo: pues ¡qué sé yo! Igual podríamos hacer una doble jornada laboral si no nos acordamos que ya hemos trabajado las horas que nos corresponden. Ahora que pienso, yo hago muchas más horas de las que me tocan tanto en el cole como en mi casa… ¡Menos mal que nadie me ha llamado la atención, oye…! sino, imaginaos ¡qué vergüenza…! También podríamos pagar dos veces los impuestos del Ayuntamiento. Sí, sí, amigos, eso también me ha ocurrido a mí. Tiempo atrás pagué, no dos, sino tres veces el mismo impuesto de circulación…

¡Uy!, ¿pero qué os pasa? Ahora sois vosotros los que hacéis una cara extraña… Si tampoco es para tanto. Me vino dicho impuesto y lo pagué como buena ciudadana que soy. Al poco tiempo, me vino una segunda vez, y ya sabéis, una va con prisa, te suena de algo, tienes un ligero recuerdo, piensas que lo has soñado o que como el tiempo pasa tan rápido, es el del año pasado el que pagué. Así que, lo volví a pagar. Y al poco tiempo, me viene la misma estampita -y no era de Santa Rita-  una tercera vez, y ahora con recargo. Es entonces cuando ya reacciono y pienso: “¡Ah no!, aquello de la repetición de los sueños de Freud, no, ¿eh? ¡Otra vez no! Estos del Ayuntamiento, han visto en mí a la gallina de los huevos de oro, se han dado cuenta de que estoy estresada y han dicho ¡hala, a por ella…! Vale que estoy perfecta, pero ya no estoy en edad de procrear, y menos huevos, por muy de oro que sean…

Este despiste mío sí que fue gordo, porque no sabéis las patadas que tuve que dar para solucionar el entuerto. Llamé al Ayuntamiento explicando el caso y una señorita muy amable (cosa rara en los funcionarios, que parece que siempre estén de mal humor… Ay, perdón, no quiero ser mala. ¡No todos!), me aconsejó que pagara el recibo, con recargo incluido, una tercera vez, y que luego me acercara al Ayuntamiento a poner una reclamación como mandan cánones. Eso sí, con tiempo y sobre todo sin estrés y con tranquilidad; la misma tranquilidad que tienen ellos porque sino, los estresas… Y así lo hice. Claro está, la premura con que yo pagué mis impuestos, no tuvo la misma reciprocidad por parte de la Administración, que tardó casi dos años en devolverme los dos pagos de más que había efectuado; por supuesto, sin los intereses que me habían cobrado, ni los intereses de demora por su parte. Pero como ya no tenía más ganas de estresarme, decliné la opción de volver a poner otra reclamación, porque entre otros motivos no hubiera obtenido buenos resultados y me hubiera estresado más. ¡Con la Administración hemos tocado…!

En fin, queridos amigos, que hoy quería hablaros del estrés por tres motivos: para haceros ver cómo puede afectar el estrés en nuestras vidas. Para haceros recapacitar de que debemos controlarlo antes de que él nos controle a nosotros. Y porque así, al contároslo, hago  algo de terapia y me desestreso un poco, ¡que está la cosa muy “achuchá” como para ir gastando en psicólogos…!

 

 

 

 

 

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