Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies.

14.01.2018

SÉ QUE TE CONOZCO, PERO… ¿QUIÉN ERES?

Divagaciones Mias
SÉ QUE TE CONOZCO, PERO… ¿QUIÉN ERES?

¿Os resulta familiar esta pregunta, o mejor, esta situación? ¿A quién no le ha ocurrido algo parecido en alguna ocasión?

Estando en Gandía, en la inauguración de una de las tiendas de "don algodón", alguien me saluda de forma calurosa y efusiva, abriendo los brazos invitándome a fundirnos en un abrazo: “Begoñaaa, ¡cuánto tiempooo…! ¡Qué alegría de verte…! ¡Estás igualita…!” Tras un -algo postizo- “Ay, va… holaaa… ¿Qué tal? Sí, es verdad, cuánto tiempo sin verte… ¿Cómo va todo? Qué casualidad, tanto tiempo sin vernos y encontrarnos aquí”, los engranajes de mi mente, que estaban en modo “relaxing” disfrutando de un bonito evento, se pusieron a trabajar en milésimas de segundo cual asalariado a destajo, mientras yo intentaba desenvolverme de forma airosa en varios frentes que se me habían abierto a la vez: por un lado debía corresponder con igual pleitesía a la persona que tenía delante; buscar su identidad en mis archivos mentales y mantener una conversación mínimamente coherente, sin implicarme en demasiadas cuestiones personales y controlando cualquier ápice del lenguaje no verbal que pudiera delatar que estaba más perdida que un pulpo en un garaje, ya que no tenía ni pejiguera idea de quién era esa amable y simpática persona que tanto se había alegrado de verme. ¡Telita!, que se suele decir…

Pero llega un momento en ese transcurrir del tiempo –escasos segundos, para ser más concretos– en el que en mi cabeza empieza a sonar la alarma de forma estrepitosa. Una señal que advertía a mi mente la imperiosa necesidad de un plan de evacuación inmediato, porque ella, mi pobre y estrujada masa gris, no encontraba la salida al enigma que se le había planteado sin previo aviso. Por otro lado, mi cuerpo empezaba a dar evidentes muestras de no controlar la situación; a mi sonrisa le dio un brote de párkinson; mis glándulas sudoríparas despertaron de su aletargamiento invernal envolviendo a mi piel de un ligero, pero notable y destellante brillo que hacía peligrar mi aliado perfecto, el maquillaje, dejando en evidencia mi verdadero yo, con mis arrugas, ojeras y color cetrino. No podía permitirlo. ¡No, no…! Estaba en juego mi integridad física y mental…

“¡¡Begoña, Begoña, reaccionaaaa! -me gritaba a mí misma-. Procesa, procesa toda tu información, tus registros, todos tus archivos. Venga, que sí, que tú puedes, que la conoces, que te resulta familiar su cara… ¡Rápido, rápido! que se te acaba el tiempo”.

Sí, sí, se acababa el tiempo y con él, las cuestiones poco profundas e intrascendentes que formular con el único fin de ganarle tiempo al tiempo. Pero cuando se me acabó el repertorio de preguntas estándar, ya no pude aguantar más la presión física y psíquica, y cogiéndole las manos y estrujándolas junto a las mías solté un desesperado: “Ayyy… sé que te conozco pero no sé quién eres. Perdona, perdona…”.

¡Creí morir…! Quería ser abducida por las antiquísimas e históricas murallas que daban tanto encanto al establecimiento en el que nos encontrábamos. Quería ser un fósil integrante de las mismas y aportar algo de encanto al evento y no la imagen patética que estaba dando.

Casi con total inmediatez a la sincera confesión de mi absoluta ignorancia, saltaron unas escandalosas carcajadas que hicieron volver a más de una cabeza, ávida por conocer el motivo de tanto jolgorio. Mientras mis queridas primas, no paraban de reírse de mí y disfrutar con la escena (menos mal que son familia…), mi amiga Emi, intentaba con una sonrisa bondadosa y cogiéndome de los hombros, -por aquello de aportarme tranquilidad - darme las aclaraciones pertinentes para que saliese del pozo en el que había caído (para eso están las amigas…). Tras dos datos clave, solté un:

- ¡Ay, ya, ya, ya…! ¡Ahora sí…! ¡Qué tonta! De verdad, discúlpame; es que hacía tanto tiempo que no te veía que me he quedado en blanco.

- Tranquila mujer, que eso nos pasa a todos. Además ya hace cuatro años que estoy fuera de Albaida y claro, se nos va la pista de las personas.

- ¡Pufff…! Ya te digo. Yo hace trece años que estoy fuera y aunque voy a menudo a ver a mi familia, pero es verdad que se me van muchas fisionomías. Será cosa de la edad.

Intenté arreglar el entuerto de la mejor forma posible ante las atentas y expectantes miradas de mis queridísimas primas, que estaban como aves rapiñas, observando cómo me desenvolvía en la ya, en teoría, encauzada situación. Porque ellas, por aquello de llevar la misma composición sanguínea por nuestras venas, me conocen más de lo que en ocasiones quisiera, e intuían que yo, por mucho que intentase recomponerme, seguía estando en el mismo punto de partida, es decir, seguía sin conocer a la persona que tanto sabía de mí y que tanto se había alegrado de verme.

Pero la edad, además de haberme dado despistes, arrugas y descolgamientos, me ha aportado, “tablas” (tabletas abdominales, no, ¿eh?, sólo tablas) para ser resolutiva en situaciones límite; así que aprovechando la coyuntura de que mi amiga Emi (qué buena amiga es…) me presentó también a la pareja de mi “conocida desconocida”, que se acababa de unir al grupo, ya me enganché a preguntarle a él si era de Gandía, hice los debidos honores al pueblo, y ellos, empezaron a preguntarme por el rumbo que había tomado mi vida; ya sabéis, ¿dónde vives ahora, en qué trabajas, a qué dedicas el tiempo libre…? Yo ahí ya me relajé bastante -aunque no del todo- porque esas preguntas me las sabía al dedillo.

Mi amiga, haciendo de buena anfitriona, por aquello de que ya me dejaba bien encauzada y porque tenía que seguir saludando al resto de asistentes al evento, se alejó del grupo, no sin antes decirme que quería presentarme a una persona. ¡Qué bien! -pensé yo-. Esto promete. Igual de aquí sale el hombre de mi vida… ¡Begoña, céntrate, quieres! -me reprendí a mi misma- y volví a la conversación. Las otras tres aves rapiñas -bueno, mis primas- cuando vieron que la atracción circense ya había finalizado, se esfumaron sigilosamente en busca de otro estímulo que les hiciera subir su adrenalina. Por el rabillo del ojo las percibía en un córner del establecimiento tomando una copita de buen vino blanco y recreándose de lo vivido… ¡Ellas son así!

Pasaron unos minutos y mi amiga se acercó de nuevo, y tocándome ligeramente el brazo (qué importante es el lenguaje no verbal…), me dijo:

- Bego, cuando puedas ven que te presente a la Community Manager.

- Sí, sí, voy -le dije-.

Me despedí de mi conocida desconocida y de su pareja, disculpándome, de nuevo, por mi lapsus inicial. No sin cierto sentimiento de frustración porque, por un lado, aunque cada vez me acercaba más al descubrimiento de su identidad, no acababa de estar al cien por cien. Había algún dato que se me escapaba a mi control. Y por otro, porque al usar el pronombre “la”, mi amiga me había desvelado el género de la persona que me quería presentar, y mucho me temía que no iba a ser el hombre de mi vida. En fin…

Tras las debidas presentaciones y después de hablar unos minutitos con la Community sobre temas laborales, nos separamos y volví a disfrutar del evento, aceptando ¡por qué no! una copita de vino que me fue ofrecida. Estaba dando la vuelta por el establecimiento, saludando a unos y otros -éstos, ya conocidos y situados- a la par que curioseaba todos los artículos que allí estaban expuestos (a cuál de todos más bonitos), cuando de pronto, vuelvo a encontrarme con las “Tacañonas” del “Un, dos, tres” en el mismo sitio, pero esta vez con otra -imagino- copita de vino. Bueno, he de decir que mis primas son infinitamente más guapas que aquellas televisivas hermanas. Me reciben con una sonrisa de oreja a oreja.

- Uy… ¡¡So puticas!! estáis aquí… (Perdonad el vocablo. Ya sé que no hace honor a una maestra que se precie, pero es así como nos llamamos entre nosotras, cuando queremos decirnos de todo, menos “bonitas”).

- Jajajaja, jajaja, jajaja...

- Desde luego que sois lo peor…

- Begoña, ¿de verdad que no la habías conocido? Es que has estado muy graciosa...

- De graciosa nada. Ha sido penosa la situación y sigue siéndolo porque no acabo de reconocerla totalmen…

Antes de que pudiera acabar la frase, sentí como mi cara y mi solapa de pelo de Primark eran pulverizados por un líquido fresco que añadían a mi aspecto un aire picasiano.

- ¡¡Marrana!! -grité ahogadamente a mi prima Carmiña-. Muy mona y fina con tu vestidito de Guess, pero a ver si aprendemos a tragar el vino y a no estufirlo.

Siguieron las risas, carcajadas, mocos y lágrimas ante la atenta mirada de Loreneta, la hija de una de mis primas que muy atenta estaba a lo que allí se cocía.

- ¿Qué os pasa? -preguntó la niña con cara de extrañeza-.

- Nada cariño, cosas de mayores -le respondí-; pero no pierdas detalle que esto no se aprende en el colegio…

- ¿De verdad, Begoña, que sigues sin reconocer a Cristina…? -volvieron al ataque-.

Entonces, por arte de magia, iluminación divina o por el estufido de vino que me lanzó mi prima, vi la luz, e identifiqué a Cristina.

- ¡¡Dios mío, Cristinaaa…!! ¿Cómo no la he reconocido? ¡Pero qué torpe, qué torpe que he sido!-me flagelaba a mí misma-. Pero… está cambiadísima, ¿no? -pregunté a mis primas que todavía andaban recomponiéndose el rímel.

- Sí, ha perdido un montón de kilos, ha rehecho su vida y se ha enamorado… ¡Sólo eso!

- Ya decía yo… con razón la conocía pero no acababa de ubicarla. Menudo cambiazo ha dado. Si es que, de verdad, lo que hace estar enamorada… Ni el mejor de los cosméticos…

He de decir que a partir de ese momento mi mente se relajó bastante porque dejó de seguir procesando en su búsqueda, pero sin embargo, me seguía quedando en el cuerpo una inquietud que no me dejaba disfrutar de la velada como yo hubiera querido. Intenté buscarla entre la gente, quería sincerarme con ella, explicarle todo y decirle que ahora sí que la tenía bien reconocida y además, quería darle mi enhorabuena por el cambio, tanto en su aspecto físico como por el nuevo rumbo de su vida. ¡Vaya que sí! Pero Cristina ya se había marchado y a mí me quedó la espinita clavada.

Acabé de pasar la velada hablando con unos y otros, diciendo bobadas, haciendo chistes, hasta que, bien pasadas las nueve y media de la noche, decidí emprender camino de vuelta a Valencia.

Cogí el coche y… ¡Dios mío, lo que me quedaba por pasar todavía…!

¿Me conoceré yo Gandía…? Pues mucho. No voy a decir que como la palma de la mano, pero en mi juventud he veraneado y andurreado durante muchos años por la zona y en teoría, al igual que había sabido llegar desde Valencia, debía saber hacer el recorrido de vuelta. Efectivamente, en teoría, porque en la práctica no fue así. Yo no sé que hice, si fue la tensión a la que estuve sometida durante gran parte de la velada, si fue la media copita de vino que me tomé, o fue el estufido de mi prima que se me metió en los ojos y me impedía ver con claridad, pero la cuestión es que me perdí por la serranía de la comarca de La Safor, La Costera, La Ribera Alta y La Ribera Baixa, hasta que al final llegué a mi casa a las doce de la noche, cual Cenicienta después del baile pero con una particularidad, y es que ni yo perdí un zapato, ni el príncipe azul ha venido a devolvérmelo.

Así es la vida…

0 comentarios

Para poder comentar debes estar registrado y haber iniciado sesión.